jueves, 27 de noviembre de 2014

UNA INDEPENDENCIA QUE NO SE CELEBRA

Iniciando el siglo 19, la fiebre independentista tocó el afán de los istmeños. El viejo reino de Castilla estaba en plena decadencia, bancarrota y bajo el asedio de otros imperios enemigos. Panamá no era ya un real interés y ya no podía sostenerse. Los propios varones favorecidos por la corona, habían criado los cuervos que tomarían la decisión de entrar en el tren de la independencia, algunos a regañadientes pero sin la suficiente fuerza de convencimiento como para no cambiar el estatus quo como ya se estaba haciendo en los alrededores. El 28 de noviembre, al parecer ha dejado de ser una fecha importante, algo memorable. Lo que aconteció en esos momentos, salvo las generalidades consignadas en lo autorizado por la Academia de la Historia, realmente poco se sabe. Al parecer ganó el país fenicio. Se ha revelado la verdadera naturaleza del país hanseático. El llamado “blackfraiday” que, al igual que el jalowin o el tankgivin es una fabricación mercantil al mejor estilo norteamericano, nos ganó la partida y lo que debería ser un día de conmemoración histórica, un día cívico, se convertirá en un día de compras en intensidad, con el premio de un puente para descansar de “patear calles” buscando regalos, y comprando más aparatos que luego irán a parar a los diversos vertederos. Excursiones desde Centroamérica, desde el interior del país, desde la estratosfera saturarán las ya inviables pocas calles de la ciudad y nos harán la vida más miserable a los que no compramos, y las cajas registradoras de los dueños de los grandes grupos corporativos más felices. Esto exige de nosotros, a los que nos gusta torturarnos pensando, dudando y cuestionando, un análisis. Los valores que sustentan la identidad (o identidades) de una Nación, normalmente se va construyendo con los hitos (buenos o malos) que hicieron posible construir sus cimientos. Dejar de ser una colonia es uno de esos hitos, pero como la colonia ahora es el dinero y todos parecemos querer vivir en ella, no hay protestas públicas por estas decisiones de calendario, ni un debate serio. No entendemos la fecha. Sencillamente si Diciembre es el mes en el que el dinero corre por las calles como consecuencia de distribución de ahorros, aguinaldos, decimoterceros, ¿por qué los comerciantes no resuelven hacer el día negro en esas días que en nuestro país incluyen el día de la madre, navidad y año nuevo, para que toda la locura consumista quede restringida a un solo momento? ¿Por qué la única referencia realmente celebrada para el hecho de la independencia de Panamá de España es el 10 de noviembre, impuesta con gritos y mitos por los dogmáticos santeños? Como decía Lucy Jaén, se nos va la vida. La vida histórica, la vida colectiva y poco a poco volvemos a ser aquello que llegamos a odiar escuchar: el país del canal. Un inmenso centro comercial con gente viviendo en los alrededores. Hemos cambiado nuevamente nuestro oro de lo particular, por las cuentas de vidrio del mercado. Del mismo modo que el niño dios fue sustituido por Santo Clos, y los nacimientos por escaparates llenos de nieve artificial, las posadas barriales por el encendido de luces de los “mall”, la conversación cara a cara por el chat, la investigación por el copy&paste, los pocos amigos verdaderos, por el millón de amigos virtuales, la justicia por la conveniencia, el plan por la contingencia, la conferencia por el plasma gigante en el que veremos las mentiras sucederse una tras otra; códigos como soberanía, patria, nación, pueblo, han sido sustituidos por black friday, tour de compras, noche de ofertas, black week. Lo único que nos falta es poner un letrero en la entrada de cada frontera que diga: se vende país con panameños incluidos. A menos que recuperemos la cordura, callemos el ruido y nos pongamos a pensar en serio si eso es lo que queremos ser.

viernes, 21 de noviembre de 2014

LA ERA DE LOS PULGARES

Estaba yo sentada no se a dónde pero recuerdo que a mi lado había una señora. Sonaba un claque claque claque muy rápido, y cuando miro, era que la señora escribía con los pulgares en su teléfono a una velocidad inimaginable. Yo suelo ser así de rápida pero con todos los dedos en el teclado. Cuando quiero escribir en mi recién estrenado teléfono, me vuelvo un ocho. En los tiempos de la antigua Roma,en su momento de auge, los emperadores instauraron un régimen de "pan y circo". Los gladiadores eran estos pobres desgraciados que se ganaban su pan peleando en la arena, con otros desgraciados o con leones hambrientos. En el caso de las peleas cuerpo a cuerpo, un pulgar hacia arriba podía salvar la vida de aquél que había caído en desventaja. El pulgar hacia abajo, indicaba al gladiador en ventaja, que podía matar con toda confianza al caído que miraba con terror aquél pulgar. Otra boca menos que alimentar en las mazmorras. Hoy día un pulgar hacia arriba o hacia abajo puede arruinar o alegrar el día de los obsesionados feizbukeros, wasaperos o hacer que una señora, probablemente resolviendo algún problema, los utilice con la rapidez que le permiten esos dedos, allá en cada esquina de la mano. A los pulgares se les atribuye el progreso de la especie, por aquello de poder subirse a los árboles para huirle a los depredadores y agarrarse bien y quedarse calladitos. Recuerdo que en el tercer año de la secundaria, dábamos una materia, MECANOGRAFÍA, en unas máquinas duras y viejas. ASDFG JKLÑ todos los días. Aprendimos a escribir sin mirar las teclas. A escribir todas las palabras posibles por minuto. Me pregunto si ya no se da mecanografía, ¿se dará pulgografía?

viernes, 7 de noviembre de 2014

A propósito de El ahogado que se volvió a ahogar

Conozco a Roberto Quintero hace años, y sé del tesón que pone en sus proyectos. Sus dotes de dramaturgo, o cronista cultural no están en duda. Pero sinceramente, creo que como director teatral, todavía le falta. Y meterse con la adaptación de una pieza literaria como El Ahogado de Tristán Solarte (seudónimo de Guillermo Sánchez Borbón) no ha sido en mi particular opinión, uno de sus mejores trabajos. Fuimos a ver la obra (cuya entrada nos costó la friolera de B/41.20) con mi amiga Dalys y sus hijos adolescentes. Yo había decidido no ir porque, en mis cuentas, adaptar El Ahogado para otro medio artístico no podía resultar. Es una obra de suma literariedad, un thriller sí, pero que requiere de lectores atentos para armar el rompecabezas onírico y simbólico de una obra escrita y publicada en los años 50 del siglo 20. Su atmósfera es la de los recuerdos, percepciones, interpretaciones. El escenario principal para esta obra es la imaginación de cada lector. Roberto, que por razones que solo él sabrá se hace llamar Winnie, no se tomó licencias, no arriesgó, a mi juicio. No soy experta, pero he visto teatro, aquí y allá. En cuanto a la producción, la mezcla de actrices y actores noveles con los únicos profesionales (para mí), Carranza-padre González, Mans-abuela de Rafael, fue desafortunada. La diferencia es mucha. A pesar de ello debo hablar bien Iván Herazo (Orlando) y Yomira Jhon (Miranda), que se creyeron su papel y decidieron apelar a la no actuación para rendir un mejor trabajo. El resto fue un festival de sobreactuaciones casi escolares, parlamentos recitados en una sucesión de monólogos más larga de lo soportable, apenas interrumpida por escenas confusas y desprovistas de una propuesta estética, una especie de pastiche que saca de acá y allá. Rescato el trabajo de luces y espacio escénico sin floridos decorados, y vestuarios literales pero acordes para no distraer demasiado (con excepción de la bata de seda y la insoportable peluca que le calan a Rogemif Fuentes-el hombre misterioso). La máquina de humo me salió sobrando. Dudo que sea idea de Roberto, a veces los productores se meten y quieren efectos especiales, pero nunca se sabrá. Eso sí, debo darle un 10 absoluto a la música de Rodrigo Denis. Toda. Excelente trabajo que interpreta el ambiente brumoso y oscuro de la novela, y la no menos magnífica ejecución en vivo de los intérpretes Jahaziel, Fernando, Néstor y Alejandra. ¡Muy bien! También aplaudo el detalle de la voz del autor y su lectura de pasajes de la obra. Ya nos queda grabada esa voz, esas palabras de una pieza de indiscutible belleza que ya forma parte del patrimonio cultural panameño. El Ahogado –versión teatral- es un producto caro, diseñado para un teatro bien equipado al que personas con un poder adquisitivo medio podrá acceder. Y precisamente por eso, como consumidora me permito hacer estas observaciones que no tienen la intención de herir a nadie, pero para que no me pregunten por la calle si me gustó y tener que poner cara de evasión, prefiero dejar consignada aquí mi opinión. De todos modos felicito a sus productoras, a su director y a todos los y las artistas involucrados y espero que, en su conjunto, tengan oportunidad de hacerlo mejor una próxima vez.