martes, 26 de julio de 2016

Con la buena gente salvadoreña, V Festival Hispanoamericano Arquimedes Cruz. El Salvador Julio,  2016

martes, 5 de julio de 2016

Volver al oscurantismo

Cuando un grupo de gente grita histéricamente "con mis hijos no te metas" y plantean una marcha para defenderse (¿de qué?)de una propuesta de ley que lleva ya más de 6 años en discusión, realmente uno se pregunta si el tiempo es una broma. Si el medioevo se mezcla con el futuro para enredársele en las patas. Si el tiempo de la quema de brujas (o gays), la quema de libros, el rechazo al conocimiento es algo con lo que tendremos que lidiar en esta segunda década del siglo 21. Qué pereza más grande ver que toda la ciencia, todo el avance en la medicina y en la investigación parecen haber sido inútiles. Yo que presumía de vivir en un país abierto a la contemporaneidad. Argumentos tan infantiles como extravagantes empantanan una discusión que ya va más allá de lo previsto. Cuando yo estudiaba en un colegio de monjas, recibí educación sexual, con mucho menos rigor del que plantea la ley en discusión, pero la recibí. Supe todo cuando lo tenía que saber y no precisamente de mis padres, que por cierto, nunca se sentaron conmigo a conversar al respecto de la sexualidad, siendo él un médico y ella una maestra. Y en los setenta, cuando la reforma educativa indicaba a las escuelas católicas que las clases de "religión" no eran obligatorias y por lo tanto no se considerarían en los créditos académicos, las monjas se las ingeniaron para que en las horas de "catequesis juvenil" a las que las jóvenes podíamos optar por no ir (podíamos ir a la biblioteca) no faltara nadie, por que en ellas, se hablaba de las cosas que no se hablaban en casa y que tenían que ver con la vida, la sexualidad, la política, crecer en un continente devastado por intervenciones militares o dictaduras. La verdad, la iglesia católica se ha alejado tanto de sus principios originales, que asustan. Yo dejé la fe religiosa hace mucho tiempo ya, pero entiendo la necesidad de gran parte de la humanidad de saber que hay algo "más allá" o que la muerte es el final. Los valores, los principios, la moral, no son patrimonio exclusivo de las religiones, y las familias ya no son lo que eran. Ojalá esta gente pueda entrar en razón, o perderemos una generación.

jueves, 19 de mayo de 2016

Contigo quiero hablar 1

La sonrisa No tiene nada que ver con una mueca, un anuncio publicitario o un comodín. En realidad, es un don. Una ventaja para armar el gesto. Un privilegio de haber trascendido al primate. 
 Es una manera de llegar a los demás. O de nacer mejor. De conciliar una disputa que no se sostiene ella misma por lo absurda. De decirle a alguien que nada puede ser tan grave que no amerite ese maravilloso dibujo que la inocencia derrama sobre el rostro con la dulzura de un sembradío de girasoles. Una sonrisa es una llave. Abre todas las puertas. Abre huecos en los muros que separan a los distanciados por el ego y la soberbia. Abre caminos que por alguna razón se cerraron. Como todas las llaves, también puede perderse, y es un verdadero inconveniente. Nadie puede fabricarnos una que podamos decir propia. Si la perdemos, solo nosotros podremos encontrarla. La sonrisa tranquiliza el espíritu de quien la recibe. Amansa a la bestia que nos habita siempre agazapada. Limpia el el rostro de quien la da. Es un sí al espectáculo del sol danzando en la ventana. Se parece mucho al amanecer del enfermo que sufre por las noches y cuyo dolor se calma cuando llega el día. O al final de una tormenta que destruyó todo lo que teníamos, pero nos dejó con vida. O a una noche sin balaceras o llantos por hambre, de pan o de cariño. Una sonrisa es mejor que un grito de rencor. Es mejor que una mala palabra. Que un mal pensamiento atravesado en la mitad del ceño como un gato negro en la noche de regreso a casa. Hay sonrisas para dar la bienvenida a los que llegan, desconcertados y solos a un exilio que no se sabe cuándo terminará. Otras que sustituyen el fin de una discusión. La sonrisa es un instrumento natural de los infantes para asombrarse por las buenas cosas que el mundo todavía ofrece: plantas, alumbramientos, obras de arte, lluvias. Sonrisas para agradecer por algo recibido. Para aceptar un halago o reconocer un error. Para despedirse cerrando el paso a la tristeza punzante que se nos instala después de los adioses. Y la sonrisa, no comienza en los labios como se piensa. Nace en las complicadas ramificaciones del corazón. Yo digo que también en la actitud. En la buena disposición para asumir los riesgos y llenar las mochilas de coraje. Los astronautas, se lanzan al espacio con miedo, pero lo arrinconan con una sonrisa que solo ellos saben. Los científicos, cuando logran arrancarle un secreto a la naturaleza, después del grito de entusiasmo, emiten sonrisas de constatación que se dispersan como chispas, verdaderos pactos firmados con su búsqueda. La sonrisa de mi amado es como el sol. Toca en mi como la mano del milagro. Me devuelve la calma en su navegación, cuando la posa en mis ojos. En medio de su rostro es como la aurora del primer día del mundo. Una sonrisa no puede imprimirse en otra parte que no sea el recuerdo. No puede negociarse tampoco. Si se finge es una mueca de primate, un grieta emergida de un corazón seco, un dibujo triste. Es un documento solo alterable por la ofensa, la incompresión o el odio. No puede comprarse o venderse en un mercado, porque no existe moneda que dé cuenta de su valor incalculable. Una sonrisa no se gira como un cheque. Es algo que se da, porque se quiere dar, así, simplemente. La sonrisa es una evidencia de nuestro apego a la vida. Porque solo no sonríen los que ya están muertos. Consuelo Tomás