Amo las palabras.
Toda la vida he lidiado con ellas en el mejor sentido. Sus significados
cambiantes, sus formas estrafalarias, y la manera en que interpretamos su
sentido. La lexicografía entonces me entusiasma, tanto como el helado de
chocolate.
En todos los
diccionarios con los que me arropo, no encontré esta entrada, que es como le
llaman a las palabras en estos adminículos. En ninguno. Por ahí aparece como un
toro de El Juli, un capo de algo, pero como palabra, no. Ninguno.
Siempre he
insistido en que lengua, es cultura. De alguna manera, nos define. Dice de
nosotros, de lo que sentimos, pensamos creemos. Solía pensar que era como la
masa del pan: se le puede dar cualquier forma y sabor. Pero descarté esa
metáfora, porque el pan, luego que entra al horno, ya no se puede cambiar.
Entonces prefiero pensar que más bien es como el agua. Adquiere la forma del
recipiente en el que entra. En este caso, nuestra cultura, experiencia, nuestra
forma de pensar.
Encontré por
supuesto “morisqueta” que en el todopoderoso diccionario de la RAE indica: “carantoña,
mueca”. O ya bien “arroz cocido sin sal, propio de Filipinas” y además “acción
con quien alguien pretende engañar, burlar o despreciar a otra persona”.
El morisqueto ¿es entonces un invento panameño? En mi
personal diccionario, mi lexicografía particular y cariñosa, podría decir que
es “individuo de cualquier sexo que expresa con su rostro, su conducta, su
cuerpo un estado de ánimo laxo, cómico, animado y generalmente alegre, próximo
al ridículo, pero feliz”.
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Ciertos programas
de televisión que tienen como objetivo mayúsculo la burla de sus semejantes,
han dado carta de autenticidad al morisqueto, pero lo relacionan con el típico
borrachín callejero que no tiene inhibición alguna para bailar, cantar,
abrazar, besar. Debe haber morisquetos en todas partes del planeta. Pero les
aseguro que la palabra y lo que define, es panameña.
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